La enigmática detective de casi treinta, apagó su Marlboro mientras degustaba un vinilo de Pink Floyd.
Clavó su mirada en mis pupilas y adelantándose al balbuceo de mi pregunta, me susurró:
Tu desprecio hacia mi soberbia no disimula la intriga que provoca la elegante seducción de mis actos.
Y de un momento a otro, el presente me dejó espacio para incendiar mi mente de espectaculares pensamientos.
Casi por instinto, rompí barreras de lo ético y me aventuré en una fulminante adrenalina de emociones desconocidas.